Marisa Rozalén Castillo
“Quien piensa en fracasar, ya fracasó antes de intentar; quien piensa en ganar, lleva ya un paso adelante. ”
(Freud)
La autoeficacia es un estado psicológico en el que el sujeto se juzga capaz de conseguir un logro o realizar una conducta, en unas determinadas circunstancias y a un determinado nivel de dificultad. Esta creencia, y por tanto interpretación subjetiva de la propia competencia, está basada fundamentalmente en la información que el sujeto procesa acerca de sus propios logros o ejecuciones anteriores, en la información que obtiene al observar modelos más experimentados que él y, en menor medida, en la persuasión social a la que se ve expuesto, así como la interpretación que hace de sus propios estados fisiológicos, en especial de su nivel de activación.
“A igual capacidad, obtienen mejores rendimientos las personas que se juzgan capaces.” Cuanto más fuerte sea la autoeficacia percibida, más retadores serán los objetivos que se establecen las personas, más firme será su compromiso para alcanzarlos, mayor la determinación para la acción y por tanto mayor su rendimiento o productividad. Además, la perseverancia intensa contribuye a los logros de ejecución.
El papel de este tipo de creencias es crucial en el rendimiento deportivo, y el “coaching” puede ayudar a los deportistas a identificar su nivel de autoeficacia posibilitando el contraste entre la percepción y la realidad, e influyendo en el proceso para llevarla hasta un punto óptimo. La intervención en autoeficacia debe tener un fuerte contenido relacionado con el control del pensamiento (pensamientos irracionales, diálogo interno, autocontrol) y con las atribuciones de éxito y de fracaso que el deportista asigna a los resultados obtenidos. El “coach” puede facilitar a su cliente el desafío a los patrones de pensamiento limitantes para que, una vez identificados, pueda establecer un proceso de sustitución de los mismos por otros más constructivos, productivos y altamente funcionales. El control del diálogo interno, el establecimiento de metas y el entrenamiento en imágenes son algunas de las herramientas a utilizar, además de la información procedente de las cuatro fuentes de información de la autoeficacia, logros de ejecución, información vicaria, persuasión verbal y estados fisiológicos.Devonn
Para la Teoría Cognitiva Psicosocial, uno de los principales conceptos es que cada individuo es responsable de sus propias acciones y puede aprender a regular y a mejorar su conducta utilizando las habilidades del pensamiento. Los pensamientos que el ser humano tiene sobre sí mismo, pensamiento autorreferente o autoconocimiento, son determinantes para su motivación y conducta. Desde esta perspectiva sociocognitiva, los individuos son vistos como proactivos y autorreguladores de su propia conducta más que como seres reactivos y controlados por fuerzas ambientales o biológicas, es decir, que tienen la posibilidad de ejercer un determinado grado de control sobre su destino.
El deportista tiene capacidad para reflexionar, evaluar y modificar sus pensamientos, y aunque las personas procesan la información de diferente forma, su nivel de motivación, los estados afectivos y las acciones que realizan se basan más en las creencias, en las percepciones y valoraciones que tienen acerca de su propia capacidad que en la información objetiva, siendo estas creencias un mejor predictor de la conducta que el nivel de habilidad real.
La Teoría de la Autoeficacia percibida tiene como antecedente la Teoría de la Motivación de Logro de Atkinson (1964) y McLelland (1961), y nos dice que no basta con tener éxito para percibirse como competente y, como consecuencia, satisfecho. Es necesario que la tarea en la que se ha triunfado sea suficientemente difícil.
En el deporte competitivo, una serie de fracasos continuados que hagan descender la autoeficacia percibida puede conducir a un brusco descenso del rendimiento, y los “coaches” deportivos deben saber que las experiencias de éxito desarrollan la autoeficacia percibida. Por tanto, a la hora de consensuar los objetivos con el deportista, hay que tener en cuenta que deben ser retantes pero accesibles, sólo así desarrollarán la autoeficacia percibida, con lo que el impacto de los fracasos ocasionales será menor.
La autoestima o el autoconcepto no deben confundirse con la autoeficacia percibida, ya que para ésta el sujeto es un aprendiz activo con capacidad de transformación, desarrollo e iniciativa. La capacidad de modificar su propia conducta e influir en el ambiente exterior dando un valor u otro a los estímulos que recibe de él le otorgan al sujeto una gran autonomía. Son muchos los beneficios que trae consigo el potenciar las creencias de autoeficacia a través del “coaching” deportivo. Pondré un ejemplo: el deportista que se percibe como más autoeficaz recibe mucho más serenamente los fracasos, o el feedback negativo. Sin embargo, para quien se percibe con baja autoeficacia, la misma situación podría suponer una barrera infranqueable, un lastre ante el cual lo más fácil es reaccionar defensivamente, bien atribuyendo la responsabilidad de los resultados negativos a circunstancias externas a él o a otras personas, o bien sintiéndose culpable. Cualquiera de los dos casos supone un freno a su desarrollo y futuro rendimiento.
Los primeros estudios sobre la autoeficacia se deben al profesor Albert Bandura, de la Universidad de Stanford. Posteriormente han sido innumerables los realizados en diferentes ámbitos, y, por supuesto, algunos de ellos también en el deporte. Podríamos definir el concepto de autoeficacia como la creencia que tiene el deportista de si va a ser capaz de realizar con éxito una determinada tarea. Las percepciones de autoeficacia son juicios personales y, por lo tanto, tienen un componente de mayor o menor subjetividad. No se refieren a los recursos y habilidades que el deportista posee, sino a lo que el deportista cree que puede conseguir con esas habilidades.
Tampoco tienen un carácter global o general como la autoestima, el autoconcepto o la autoconfianza, sino que están más vinculadas a tareas y capacidades específicas. Sin embargo, una percepción de autoeficacia fuerte en una parcela concreta puede generalizarse a otros contextos o situaciones similares, y esta percepción de éxito que tiene el deportista puede llevar a sentimientos positivos más generalizados acerca de sí mismo. Lo ideal sería que esta transferencia o generalización se produjera tras un análisis objetivo y realista de las experiencias de éxito y de fracaso, tipo de situación, recursos, poniendo el énfasis en la propia conducta más que en lo que no dependa de uno mismo, etc.; ahí es donde el “coaching” se muestra eficaz.
Las creencias de autoeficacia son el resultado de un proceso complejo de autopersuasión que depende del procesamiento cognitivo de la información procedente de las experiencias de éxito o dominio, la información vicaria, la persuasión verbal y el estado fisiológico. Sin embargo, habrá que diferenciar entre la información proporcionada por estas cuatro vías y la información realmente seleccionada, valorada e integrada por el deportista. Puede ocurrir que el deportista simplemente no lo perciba así, aun cuando haya conseguido un alto nivel de ejecución, haya estado expuesto a una adecuada persuasión e información vicaria y haya presentado un estado fisiológico óptimo.
Un rendimiento óptimo requiere tanto de la existencia de habilidades como de la creencia por parte del deportista de que es capaz. Sin embargo, es posible afirmar que, a igual capacidad, obtienen mejores rendimientos los que se juzgan capaces. Esto es debido, entre otros factores, a que las creencias de autoeficacia influyen en el tipo y magnitud de las metas que establecen los deportistas, en el nivel de esfuerzo que aplican para conseguirlas, en el grado de perseverancia ante los obstáculos y en las reacciones emocionales que experimentan. Son el antídoto del estrés, pues la persona percibe que dispone de recursos para afrontar las situaciones estresantes. El deportista que cree con firmeza en sus propias capacidades para resolver situaciones complejas se plantea retos mayores, usa un buen pensamiento analítico y consigue logros en la ejecución, mientras que si cuenta con un nivel de autoeficacia bajo comete más errores, reduce sus aspiraciones y disminuye la calidad de sus ejecuciones. “Es difícil lograr algo cuando se lucha contra las propias dudas”, dice Bandura.
Para sentirse eficaz es preciso haber tenido éxito antes y haberlo percibido así. Las personas que fijan metas y alcanzan logros experimentan un incremento en la autoeficacia que puede facilitar la fijación de logros más difíciles, lo cual vuelve a aumentar de nuevo su autoeficacia. Es decir, que la autoeficacia puede ser tanto una causa como una consecuencia de esos resultados de ejecución o éxitos anteriores.
Las creencias de control son la base de la autoeficacia y el prerrequisito para la planificación, inicio y regulación de las acciones orientadas a una meta. Hasta hace poco, la mayoría de las líneas teóricas del pensamiento valoraban la estimación realista de las condiciones vitales y de las propias competencias como la actitud más deseable. Ahora esta apreciación se ha modificado, las autovaloraciones optimistas son beneficiosas y no son fallos cognitivos que han de ser erradicados. Estudios realizados a partir de la Teoría sobre la Indefensión Aprendida del doctor Martin Seligman, de la Universidad de Pensylvania, muestran cómo las altas creencias subjetivas de control aumentan las probabilidades de cambio y desarrollo. En la práctica, es lo mismo no poder controlar una situación que creerlo así. Si un individuo piensa y siente que su acción no va a cambiar nada, ¿qué puede moverle a actuar? Pues bien, los estados de ánimo positivos y el optimismo elevan las creencias de control. Siempre y cuando podamos hacer una elección consciente de esta actitud, resulta mucho más funcional que la contraria, evidentemente hasta un cierto punto, en el cual el riesgo de resultar demasiado optimista sea mayor que el beneficio. Los deportistas con un alto sentido de eficacia visualizan los escenarios de éxito; los que dudan de su eficacia visualizan los escenarios de fracaso y meditan sobre todas las cosas que podrían salir mal, con lo que en cierto modo focalizan la atención en esa dirección. La interpretación que el deportista hace de los acontecimientos que le ocurren influye fuertemente sobre las ejecuciones, por lo que una baja percepción de capacidad muy probablemente le conducirá a la obtención de unos pobres resultados, que a su vez alimentarán un círculo vicioso.
Existe una metodología llamada microanálisis para realizar mediciones de las expectativas de autoeficacia a través de los pensamientos autorreferentes, es decir, de las autopercepciones específicas para el área que queramos explorar. Tres son las dimensiones que Bandura establece: magnitud o nivel, fuerza y generalidad.
Se pueden diseñar escalas que representen tareas graduadas por niveles de dificultad o de complejidad donde los deportistas señalen las tareas que crean que son capaces de ejecutar. Esta dimensión que hace referencia a los logros de ejecución esperados por el deportista o el número de tareas que cree que puede realizar para conseguir el objetivo se denomina magnitud o nivel. Ejemplo: marcar un penalti en los últimos instantes de un partido yendo un punto por debajo en el marcador. Las expectativas de eficacia crecen cuando uno percibe que es capaz de realizar un mayor número de tareas del mismo tipo pero de dificultad creciente. Un umbral bajo donde la tarea no presente ninguna dificultad generará una confianza completa, y, al igual que los umbrales demasiado altos, afectará considerablemente a la autoeficacia; por ello, lo deseable es conseguir ese punto óptimo entre lo asequible y lo retador o desafiante. Podría asemejarse este concepto al del punto óptimo de nivel de activación que existe para cada persona y tarea, pasado el cual el rendimiento decrece porque la activación es excesiva o bien insuficiente, resultando ser un ajuste inadecuado.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que además del grado de dificultad de la tarea existen otros factores que afectan a la percepción de autoeficacia del deportista, como la ayuda externa que pueda recibir, lo cual puede hacer que atribuya el éxito a esos factores más que a su propia capacidad. O bien la tendencia que existe en las personas a considerar el grado de esfuerzo dispensado como inversamente proporcional a su capacidad. Si el deportista aplicando un esfuerzo mínimo consigue el éxito en una prueba complicada, su percepción de autoeficacia será probablemente mayor que si tiene que doblar el nivel de esfuerzo.
Otra dimensión, la fuerza de la autoeficacia, es la que se refiere a cuán convencido se encuentra el deportista con respecto a su capacidad para realizar con éxito determinada conducta. Mide en porcentaje la confianza o el grado de certeza de ejecutar con éxito cada una de las tareas, y se puede hacer simplemente dividiendo una escala de cero a cien en unidades de intervalos de diez.
Por último, la generalidad, que se refiere al número de dominios o tareas distintas en las que el deportista se considera eficaz, se puede medir pidiendo a éste que valore con una puntuación una lista de tareas nuevas de similar complejidad.
El registro de los pensamientos o cogniciones de autoeficacia es conveniente realizarlo antes o durante la ejecución, mejor que de forma retrospectiva, por la dificultad que entraña el recuerdo. Así mismo, durante el registro o medición de los pensamientos es importante que el “coach” no induzca nuevas ideas que influyan en el pensamiento o en la acción posterior. Por último, recordar que para una correcta intervención es necesario realizar los oportunos pre y postest, que servirán para comprobar si se produce el cambio deseado.
Las creencias de autoeficacia tienen un papel determinante para la acción, regulando la conducta a través de cuatro procesos que actúan de forma conjunta: cognitivos, motivacionales, afectivos y de selección de conductas.
Los procesos cognitivos se ven implicados, por ejemplo, al elegir el tipo de metas. Las personas con altas creencias de autoeficacia al visualizar los escenarios de forma positiva promueven el desarrollo de más actividades, de más conductas y competencias que al final incrementan el grado de productividad personal. Son personas con afán de crecer y dominar un mayor número de situaciones, además de que logran un mejor pensamiento analítico, y se mantienen orientadas a la tarea. Con una autoeficacia baja, las personas cometen más fallos, deterioran sus ejecuciones y reducen sus aspiraciones. El establecimiento de metas, por su relevancia, se ampliará en otro apartado del capítulo.
Los procesos motivacionales afectan tanto al establecimiento de metas como a la hora de iniciar la acción o acciones necesarias y de persistir en ellas hasta la consecución del objetivo. Cuanto más fuerte sea la autoeficacia percibida, más retadores serán los objetivos que se marquen las personas, mayor el compromiso para alcanzarlos y mayor el tiempo en que perseveran ante los obstáculos. Ante la presencia de obstáculos y fracasos, las personas que desconfían de sus capacidades reducen sus esfuerzos o abandonan rápidamente.
Cuando un deportista de elite acostumbrado al éxito tiene de pronto un fracaso y ni su nivel de autoeficacia percibida ni su autoimagen concuerdan con la realidad actual, será un temible rival en su próximo encuentro porque esa disonancia le hará intensificar sus esfuerzos para recuperar la imagen que tiene de sí mismo y con la que se siente cómodo. Aquellas personas que creen firmemente en sus capacidades ejecutan ante el fracaso un mayor esfuerzo para dominar el desafío, y como es lógico suponer, la perseverancia intensa contribuye a los logros de ejecución. Además, estas personas suelen atribuir sus fracasos al esfuerzo insuficiente o a las condiciones externas adversas; las personas que se consideran ineficaces atribuyen su fracaso a su escasa habilidad, lo cual resulta mucho menos funcional.
Aunque actualmente los estudios muestran que los logros humanos requieren un sentido optimista de la eficacia personal, es necesario advertir que, en exceso, pueden también producir desmotivación. Las creencias de autoeficacia que resultan más útiles para las personas, y en nuestro caso el deportista, son aquellas que exceden ligeramente por encima de las propias capacidades, ya que esto hace que el deportista emprenda de una forma realista tareas que constituyen un reto para él y le proporcionan la motivación necesaria para el desarrollo progresivo de sus capacidades, si es que aún no domina una gran cantidad de conductas, habilidades y competencias.
Sin embargo, un deportista con una autoeficacia alta y con un dominio de conductas y capacidades muy inferior a las que él cree dominar se aventurará en acciones y actividades que se encuentran muy por encima de sus posibilidades, lo que le causará problemas a corto, medio o largo plazo, produciéndole una disminución de su credibilidad y fracasos innecesarios, que ya sabemos que incidirán de nuevo en su percepción de autoeficacia y motivación. Por el contrario, el deportista con baja autoeficacia, pero que domina una gran cantidad de conductas y capacidades, como no cree en sus posibilidades para llevar a cabo una tarea u objetivo de un determinado nivel, huye de ellas limitando así su potencial.
El “coaching” puede ayudar a tener una mejor percepción de la asociación entre los éxitos conseguidos y las conductas propias específicas que han contribuido a ese éxito. Éxito que debe medirse no sólo en términos de resultados sino también en logros de ejecución. Por otro lado, las experiencias de fracaso también pueden contribuir al fortalecimiento de la autoeficacia, siempre y cuando no se globalice toda la actuación, se haga un análisis y comprensión de sus causas y se detecten estrategias factibles a utilizar en el futuro, lo que en definitiva hará que se tenga un control razonable de la situación.
El tercer tipo de procesos implicados son los afectivos. Las creencias de autoeficacia influyen sobre la cantidad de estrés y depresión que experimentan las personas en situaciones amenazadoras o difíciles. Las personas que creen imposible manejar situaciones complejas perciben su entorno de forma amenazante, magnificando las amenazas, meditando excesivamente sobre sus deficiencias, preocupándose y anticipando hechos o cosas que puede que ni sucedan. Sin embargo, las personas que creen poder controlar las posibles situaciones amenazantes no se alteran, aunque estén sometidas a los mismos agentes estresantes. En muchos casos, la principal fuente de angustia no es la frecuencia de los pensamientos perturbadores, sino que la persona perciba una imposibilidad para bloquearlos.
El “coach” puede ayudar al deportista a incrementar la autoeficacia y reducir la ansiedad incitándole a usar el pensamiento positivo sobre conductas eficaces, a percibir las situaciones estresantes como retos estimulantes y alcanzables y a ejercer el control sobre los distintos pensamientos molestos. Sin embargo, en el caso de encontrarse con deportistas que tienen profundos y enraizados pensamientos negativos, lo correcto es derivarlos a los servicios especializados del psicólogo deportivo.
Por último, mencionar que las creencias de autoeficacia afectan a las elecciones que toman las personas mediante los procesos de selección y elección de conductas. El nivel percibido influye en gran parte sobre los tipos de actividades, así como sobre el ambiente y los entornos que escogen las personas. Unos evitan aquellas tareas y situaciones difíciles que crean que exceden sus capacidades por considerarlas como amenazas, y otros las ven como retos y eligen en general tareas más complejas, fomentan el interés intrínseco y se implican más en las actividades que realizan.
Sin embargo, aun en el caso de darse una situación ideal en la que el deportista tenga las habilidades y competencias necesarias y unas altas creencias de autoeficacia, puede que el rendimiento no llegue a ser excelente debido a factores externos a él (tiempo de juego, instalaciones, entrenadores, tipo de prueba o competición…). Incluso cuando aparentemente parece que las cosas ya no dependen de la acción directa del deportista, por ser factores propios del entorno o del ambiente, pero que pueden suponer un obstáculo a su rendimiento, el “coaching” dispone de otras técnicas para mejorar el procesamiento de la información e incrementar la información relevante que lleve a la obtención de recursos, aunque el desarrollo de esta otra habilidad por sí misma puede ser objeto de al menos otro capítulo.