Es importante hacer un breve repaso a cuáles son las dificultades que atraviesa el “coaching” en su ejercicio con las categorías de base. Algunas de ellas son compartidas, desgraciadamente, con las categorías sénior y/o veteranas, especialmente cuando se trata de deportes minoritarios.
Es cierto que el entorno deportivo está cada vez más abierto a incluir en sus programas deportivos la preparación mental o psicológica, y que ésta está en vías de convertirse en un aspecto tan relevante como el desarrollo físico. Aunque esta consideración es reciente y aún tiene que evolucionar más, el aspecto psicológico de los deportistas ya se está teniendo lo suficientemente en cuenta como para constituir un trabajo autónomo y con entidad propia en cualquier preparación deportiva, especialmente en la alta competición. Afortunadamente, en el entorno deportivo ya no se niega que los miedos, las inseguridades y las creencias limitantes de un deportista afectan a sus resultados, además de la concentración, la motivación, la resistencia al estrés, la confianza en uno mismo y la gestión emocional…, por mencionar sólo algunos aspectos. Esta nueva situación facilita que exista la posibilidad de ir introduciendo nuevas técnicas y disciplinas que trabajen todas estas facetas en los deportistas, disciplinas como el “coaching”.
Sin embargo, es cierto que todavía existe un gran desconocimiento de esta disciplina en concreto, que obstaculiza la fluidez con la que los clubes deportivos, entrenadores, técnicos y deportistas pueden recurrir a los servicios de un “coach”. Ciertamente, el “coaching” es una disciplina que se encuentra en plena evolución y crecimiento en nuestro país, y que, hasta ahora, se ha desenvuelto más en entornos empresariales y ejecutivos. Esto provoca que los “coach” deportivos se conviertan en puros comerciales y tengan que hacer un esfuerzo por explicar a las diferentes personas involucradas qué es y en qué consiste el “coaching” para llegar a plantear lo que éste puede aportar.
Otra dificultad que se suma a la implantación del “coaching” en los clubes o en el proceso de preparación de los deportistas es de naturaleza económica. En general, el deporte en nuestro país cuenta con una escasa inversión económica, a excepción de algunas disciplinas mayoritarias. Esta situación conduce, hablando de las categorías de base, a que, de querer contar con un “coach” y valorar su necesidad en el desarrollo de los deportistas, el trabajo se realiza de manera voluntaria o escasamente retribuida, o bajo la “denominación” de otras figuras (como las de segundo entrenador, delegado, fisioterapeuta, coordinador deportivo…). Esto en el mejor de los casos. En el peor, automáticamente se deja de contemplar la posibilidad de realizar un desarrollo como el hasta ahora descrito con los deportistas más pequeños, priorizando otros aspectos, en ocasiones, menos relevantes. Ocurre el caso de clubes, técnicos y deportistas para los que las prioridades acerca de cómo repartir los presupuestos o la inversión económica pasan por la impaciencia que tienen en la obtención de resultados. Esta impaciencia conduce a no invertir en un proceso de aprendizaje y desarrollo como el que hemos descrito antes, sino que se busca el “atajo” y el camino que más fácilmente vaya a producir grandes resultados deportivos, lo que, segura y desgraciadamente, conlleve a corto plazo más inversión, patrocinio y esponsorización. Es el caso, por ejemplo, de la inversión en fichajes y becas a jóvenes deportistas que tienen un nivel de rendimiento actual superior al de su categoría, con la intención de integrarlos dentro de un plan formativo que les mantenga en ese nivel para ser aprovechados en las plantillas de las categorías superiores en el presente y en el futuro. Obviamente, este tipo de fichajes pasan también a engrosar las filas de la cantera de las organizaciones deportivas, lo que resulta positivo, pero desafortunadamente, en la mayoría de los casos, implica un descuido de la evolución de la cantera local hacia ese mismo rendimiento, de manera que esas inversiones (económicas y de esfuerzo) no son equitativas. Crear una cantera es crear escuela, una escuela orientada a atender a la “base” en cuanto que son los futuros deportistas, y esto implica:
- Tener la paciencia suficiente para dedicar tiempo al desarrollo.
- Implicación y confianza de los técnicos en la evolución de los niños.
- Tener la habilidad necesaria para saber apreciar las mejoras y hacer las correcciones pertinentes.
Es ante esa filosofía del fichaje cuando surge la dificultad con la que se encuentra el “coaching” como herramienta de desarrollo de deportistas como personas ante todo, y como futuros deportistas de rendimiento después, porque el trabajo a largo plazo y la metodología utilizada distan mucho de las intenciones de la filosofía mencionada. Es decir, dado que lo que aporta el “coaching” no es lo que interesa, no se invierte en él.
Cuando nos encontramos en esta tesitura, una alternativa a la hora de ejercer el “coaching” en la base es que los entrenadores sean a su vez los “coach”, aplicando sus habilidades y competencias en su desempeño como técnicos. No obstante, esta opción lleva consigo unos riesgos que suponen sacrificar algunos aspectos inherentes a los procesos de “coaching” estrictamente entendidos. Me estoy refiriendo especialmente a la implicación del “coach” en los procesos del equipo o de los deportistas. Los técnicos son parte del proceso de evolución y desarrollo, y son los responsables de la valoración y evaluación de las planificaciones deportivas establecidas. Esto les posiciona como parte dentro de ese proceso, impregnándoles de cierto subjetivismo y dificultándoles, en muchas ocasiones, contar con una visión tan aséptica como se requiere. Es el caso, por ejemplo, de situaciones en las que se requiere gestionar emociones durante un evento competitivo en el que los entrenadores también son partícipes del mismo (aunque no principales protagonistas) y soportan cierta carga emocional propia. En estos casos, que tanto el deportista como el técnico vayan acompañados por un “coach” facilita que ambos gestionen sus emociones orientándolas al objetivo, pudiendo centrarse en uno, otro, o en ambos, según en quién se manifieste la limitación. Por el contrario, un entrenador que se encuentre en una situación de tensión competitiva, por ejemplo, durante un partido importante con un marcador ajustado, corre el riesgo de actuar con los/las deportistas influido por sus propias emociones, sus propias expectativas y su “diálogo interno” personal.
Y no es éste el único riesgo o sacrificio. Se puede también hablar de las diferencias que existen entre el estilo comunicativo utilizado en el “coaching” y el que habitualmente tienen los entrenadores, así como, en general, entre el modus operandi del “coach” y el del entrenador:
- Modus operandi del “coach”: será hacer que el deportista encuentre sus propias respuestas en su aprendizaje a través, fundamentalmente, de preguntas poderosas que movilicen sus conocimientos y le ayuden a hacer sus propios descubrimientos. Y permitiéndole siempre experimentar, probar, arriesgarse para darse cuenta de que sólo con la acción se puede ganar.
- Modus operandi del entrenador: basado en que será su propia experiencia y conocimientos los que sirvan de base para que el niño aprenda a través de observar cómo se debe hacer, repetir y mecanizar lo que hay que hacer, y establecer de manera absoluta la técnica y la táctica deportiva a seguir. Es, por tanto, un proceso de aprendizaje guiado y orientado, con unos criterios que hay que aplicar a la generalidad de los deportistas.
Con todo, no quiero transmitir que estos supuestos de integración de ambas figuras no son adecuados o son una “misión imposible”, pero sí que se requiere que el “coach”-entrenador realice un esfuerzo para compaginarlas, prestando especial atención a aquello que haga que el “coaching” no pierda su esencia. Se invita al lector que desee profundizar en este tema a la lectura del capítulo de este mismo libro El rol del entrenador como líder-“coach”.
Otra dificultad con la que un “coach” deportivo se puede encontrar a la hora de realizar procesos de “coaching” a las categorías de base es la escasez de tiempo del que disponen actualmente los niños. Algo que hay que evitar de cualquier manera es que las sesiones de “coaching” se conviertan en otra actividad extraescolar más para los deportistas. La mayoría de los niños y niñas se encuentran sobresaturados de actividades extraescolares. Muchos realizan varias modalidades deportivas, otros compaginan el deporte con disciplinas artísticas (como la música, la danza o la pintura, por ejemplo), y otros cuadran sus horarios con actividades de refuerzo de los estudios y clases particulares. Ante estas circunstancias, el “coaching” se ve relegado al espacio de tiempo en que estos pequeños deportistas practican su modalidad deportiva, de manera que no obstaculice su desarrollo en otras áreas de su vida. Por tanto, la práctica del “coaching” en estos casos se escapa de la manera en que se aplica en otros ámbitos, a saber: un proceso compuesto por un número pactado de sesiones que se desarrollan en un horario establecido entre el “coach” y el “coachee”, y en las que éste contará con un tiempo de introspección y análisis de sus objetivos, logros, evoluciones y cambios. Con niños y niñas que tengan tanta ocupación horaria, es harto difícil practicar “coaching” de esta manera. La mejor alternativa es, por una parte, incluirlo en la planificación deportiva y que constituya una acción más a realizar dentro del tiempo que los deportistas dedican a su disciplina deportiva, y, por otra, capacitar a los cuerpos técnicos en el ejercicio de las habilidades y competencias del “coaching” e, incluso, de la pedagogía.
Lo expuesto en este epígrafe tan sólo pretende ser un escueto análisis de cuál es la situación actual y generalizada del “coaching” en el deporte base. En absoluto quiere amedrentar cualquier alternativa, opción u oportunidad de dar un primer paso e introducir esta disciplina de desarrollo personal en el ámbito deportivo con los más pequeños, y, mucho menos, disuadir de hacer cualquier esfuerzo que contribuya, por pequeño que sea, a demostrar el potencial que el “coaching” tiene en el crecimiento de las personas y todos los beneficios que se pueden obtener en el deporte de elite.
A día de hoy, las posibilidades más habituales de realizar “coaching” con el deporte base son tres: “coaching” externo, “coaching” interno, y “coach”- entrenador.
Se pueden llevar a cabo procesos de “coaching” fuera de la organización a la que pertenezcan los deportistas y de manera independiente de sus directrices, procedimientos y estructura. Es a esto a lo que me refiero con “coaching” externo. Los “coachees” (clientes) son deportistas que voluntariamente, por su propia iniciativa, contratan los servicios de un “coach” para desarrollar su preparación deportiva. En estos casos, normalmente, estamos ante jóvenes de 15 ó 16 años en adelante, que ya tienen cierta autonomía, conocimiento e implicación con su carrera deportiva, orientación al rendimiento y capacidad intelectual para comprender qué supone un proceso de “coaching”.
En edades inferiores se suelen plantear dos situaciones:
1. Los padres, tutores o incluso los técnicos deportivos deciden que el deportista debe realizar un proceso de “coaching” (parecido a como sucede en el “coaching” empresarial y ejecutivo).
Como se aprecia en el gráfico, se crea una relación triangular entre el “coach”, las personas que han tomado la decisión o han sugerido hacer un proceso de “coaching” y el deportista que se subordina o acepta la decisión de otros de hacer un proceso.
Aunque éste es un tema que se abordará más adelante, en el epígrafe de La importancia de trabajar con objetivos, adelanto aquí la reflexión, por cuanto parte de este punto que ahora se trata. La cuestión que surge aquí es preguntarse acerca del grado en que el “coachee” asume el objetivo, teniendo en cuenta que personas ajenas al deportista ya han considerado un objetivo sobre el que éste debería trabajar. Lo que llama la atención de esta situación es cómo el “coachee” va a motivarse y responsabilizarse de ese objetivo que no ha sido fijado por él mismo. Ésta es una cuestión interesante, que no está del todo zanjada entre gran número de profesionales del “coaching” y que, en el ámbito deportivo (y especialmente cuando se trata de niños), tiende a ser una situación habitual, porque el ejercicio deportivo (no como mera actividad física, sino como deporte) sigue unas programaciones y planificaciones que contienen objetivos deportivos a cumplir por todos los componentes, bien sea a nivel individual (entrenador, preparadores físicos y atleta, tirador, tenista, nadador, etc.), bien sea a nivel colectivo (entrenador, preparadores físicos, fisioterapeutas, jugadores, etc.).
No obstante, los objetivos que se pueden trabajar en “coaching” no tienen por qué ser incompatibles con esas programaciones deportivas. De hecho, parte de la labor del “coach” en esta relación triangular será promover que el “coachee” fije sus objetivos de “coaching” en consonancia y congruencia con los objetivos deportivos que estén previstos para él, de manera que el trabajo que se realice en el proceso suponga verdaderamente una aportación al camino deportivo del niño o adolescente.
2. El “coaching” es concebido como un servicio más del club u organización deportiva y se inserta a nivel interno dentro del sistema de recursos humanos, disponiendo o de “coaches” como figuras independientes de cualquier otra, o de personas que fusionan ambas figuras (“coach”-entrenador). Tal como ha quedado expuesto anteriormente, salvo contadas excepciones, disponer de un “coach” interno que no ejerza al mismo tiempo funciones de técnico requiere un alto grado de madurez y desarrollo de la organización deportiva, madurez que implica, fundamentalmente, tener una visión y misión orientadas a la consolidación de la cantera, pasando por el desarrollo como persona de sus jóvenes deportistas.
Pero en otro orden de cosas, y hablando de la práctica del “coaching” con niños y adolescentes, de cómo se hace “coaching” con ellos, cabe mencionar que existen diferencias propias de la edad. Como “coaches” debemos tener en consideración que hay algunos aspectos que es necesario adaptar a efectos de lograr procesos satisfactorios para los deportistas. Y ello con independencia de si se trata de un “coaching” externo, interno o “coach”-entrenador.
Fundamentalmente, los aspectos que es necesario adaptar cuando se trata de niños y adolescentes son:
- El lenguaje, es decir, la terminología utilizada, en los conceptos, en la complejidad de las preguntas y en la composición de las frases. Obviamente, no todas las personas tienen el mismo grado de desarrollo lingüístico y el “coach” deberá adaptarse siempre al “coachee” para generar rapport y confianza. Este detalle es común a la práctica del
“coaching”, en que el “coach” debe adaptarse a las características concretas de cada “coachee”. Pero, además, en el caso de niños y adolescentes es todavía más marcado porque, en general, la variedad lingüística es escasa. Están aún confeccionando y ampliando su vocabulario, y el grado de desarrollo conceptual es todavía bajo, con lo que las abstracciones lingüísticas les resultan poco comprensibles. El uso de metáforas e ironías, como herramientas de “coaching”, funcionan si son muy visuales y están adaptadas lingüísticamente. Utilizar metáforas de animales para ilustrar la actividad que se realiza y/o cómo se debe realizar suele tener efectos relevantes dentro del aprendizaje significativo de los deportistas de menor edad (por ejemplo, escabullirse de la defensa como un ratón, o ampliar la zancada como un avestruz, etc.). Por tanto, el lenguaje a utilizar debe ser sencillo y claro, con gran variedad de sinónimos y plenamente adaptado a los estilos comunicativos que usen los “coachees” con los que se esté trabajando. - La formulación de preguntas. En determinadas edades están acostumbrados a que se les den “lecciones” y, en ocasiones, al aplicar el método socrático reciben las preguntas como capciosas o quieren e intentan responder lo que “hay” que responder, buscando la respuesta correcta. Sienten las preguntas como una evaluación o examen de conocimientos, y quieren acertar en la respuesta que el “coach” pueda estar pensando. En definitiva, creen que lo que les va a hacer avanzar es el acierto sobre la respuesta correcta (que es la que tiene el adulto) y, por tanto, descuidan esa parte del “coaching” en la que el responsable es el “coachee”, siendo sus valores, su voluntad y su compromiso lo que cuenta y sobre lo que se trabaja. El uso de preguntas abiertas, entendidas como aquellas que permiten al interlocutor confeccionar libremente la respuesta, de una manera amplia y con numerosa información, es crucial en “coaching” porque potencia el autodescubrimiento y la autoconciencia. Pero cuando se trata de menores no viene mal tener a mano otros recursos que delimiten mínimamente el contenido de las respuestas y que les puedan orientar hacia el camino que se esté trabajando.
Así, conviene compaginar esta metodología con otras estrategias complementarias como, por ejemplo:
1. Resumir con afirmaciones las respuestas que hayan dado:
- “Coach”: ¿Qué es lo que hace que no lances?
- “Coachee”: No lo sé… No quiero lanzar, no me gusta, porque si no meto gol, ¿qué? La entrenadora me riñe.
- “Coach” (afirmación): Entonces es porque la entrenadora te riñe cuando no metes gol.
- “Coachee”: No, no, la entrenadora no me riñe, pero me da miedo que lo pueda hacer.
En este ejemplo, la “coachee” ha especificado su respuesta tan sólo para que no se malinterpretara la información que el “coach” había obtenido tras la primera respuesta y, al hacerlo, ha descubierto el verdadero obstáculo que le impide lanzar: el miedo.
2. Extraer conclusiones exageradas de esas respuestas. Con el mismo ejemplo:
- “Coach”: ¿Qué es lo que hace que no lances?
- “Coachee”: No lo sé…. No quiero lanzar, no me gusta, porque si no meto gol, ¿qué? La entrenadora me riñe.
- “Coach” (exageración): Siempre que no metes gol la entrenadora te riñe. Todas las veces que lanzas y no es gol, la entrenadora se pone como una energúmena, no te explica lo que has hecho mal y te llevas una bronca. Por eso no lanzas.
- “Coachee”: No, eso no es lo que pasa. Cuando lanzo la entrenadora me anima, aunque no meta gol. Pero es que no me sale y pienso que otras compañeras sí podían haber metido gol más veces que yo.
En este ejemplo, la “coachee” se ha representado en su mente la situación que el “coach” le ha descrito y ha comprobado que no es la situación que realmente le sucede, con lo que desvela el verdadero motivo: poca seguridad en sí misma o complejo de inferioridad.
3. Hacer encadenaciones de causas y consecuencias derivadas de los pensamientos que expresen (del tipo: quieres decir esto… entonces esto otro…, y si esto otro, también lo de más allá…):
- “Coachee”: Nunca meto gol.
- “Coach” (primera conclusión): ¿Quieres decir que cada vez que lanzas tiras la pelota fuera?
- “Coachee”: Sí. No soy buena lanzando y, para hacer eso, prefiero que lancen otras.
- “Coach” (segunda conclusión): Así que como no sabes lanzar bien, no practicas lanzando más veces.
- “Coachee”: Sí.
- “Coach” (consecuencia final). Si no practicas el lanzamiento, no aprendes a lanzar bien, y como no lanzas bien, no metes gol. Entonces, no metes gol porque no lanzas suficiente, ¿no?
En este ejemplo, a través de la exposición de las consecuencias que tienen las afirmaciones de la “coachee”, se puede representar gráficamente el “círculo vicioso” en la que está inmersa y darse cuenta de cuál es el cambio que puede introducir para paliarlas.
No obstante, no olvidemos que lo más importante es observar el efecto que están produciendo las preguntas y, sobre todo, haber generado una relación de confianza y respeto suficientes que prevenga y evite que el niño se sienta cuestionado. El “coach” tiene que lograr que el deportista conciba esta metodología como pertinente y adecuada, y eso lo puede conseguir poniéndole de manifiesto los resultados y beneficios que ese método está teniendo en él.
– La metodología. En general, es difícil hacer que un niño se siente a reflexionar sobre sí mismo, sobre las cosas que hace y los resultados que obtiene. Y mucho más si hay que hacerlo en horas de entrenamiento.
Ciertamente, la escuela ya les obliga a estar tiempo sentados “pensando”, con lo que el “coach” que pretenda repetir el esquema de “coaching” adulto con niños se encontrará con una barrera infranqueable: la nula predisposición y voluntad para ello. El “coaching” debe ser más fluido y cotidiano en los entrenamientos, es decir, una herramienta de autoobservación y análisis mientras el niño practica los ejercicios establecidos por el entrenador. El uso habitual de las preguntas en el desarrollo de estos ejercicios (con las adaptaciones oportunas que ya hemos mencionado anteriormente) supone un gran instrumento, así como también diseñar entrenamientos específicamente orientados a que los deportistas se observen y reflexionen sobre los aspectos que convenga desarrollar. Al hilo de lo expuesto se deduce otra adaptación metodológica: que el papel del “coach” es mucho más directivo que con adultos, es decir, que con niños y niñas el “coach” orienta más el proceso y dirige más la atención hacia aspectos que él considera convenientes.
Cuando hablamos de adolescentes, estas adaptaciones se difuminan más, y no son tan necesarias. Incluso mantenerlas puede resultar contraproducente, en cuanto que el “coaching” perdería su esencia. Sin embargo, sí que hay que tener en cuenta lo poco acostumbrados que están los jóvenes a reflexionar sobre sí mismos. En los supuestos en que el “coaching” no sea una contratación intencionada del deportista sino que constituya un servicio de la organización deportiva y venga impuesto por ella (apareciendo aquella relación triangular expuesta antes), podemos llegar a encontrar en los jóvenes actitudes saboteadoras de los procesos, poca voluntad y poco reconocimiento sobre los resultados que se obtengan con el proceso.
Por tanto, en el trabajo con adolescentes es crucial y fundamental dedicar más tiempo y esfuerzo a la definición de los objetivos, a que sean compartidos con el club, a que los vivan y los tengan siempre presentes y a que sean plenamente conscientes de cuánto desean conseguirlos. Será esto lo que les motive y les incentive a recapacitar sobre determinados puntos de mejora y cambio, a reflexionar sobre cómo hacen las cosas y cómo podrían llegar a hacerlas, a estar orientados en una dirección, y a experimentar que lo que hacen es realmente lo que quieren hacer. Ésta es la puerta de entrada al trabajo con adolescentes.
– La forma de relacionarse con el “coachee”. La diferencia de edad entre “coach” y “coachee” puede jugar un papel contrario a la empatía, confianza y neutralidad que el “coachee” necesita sentir en aras de que se genere un ambiente propicio para la introspección.
De manera automática, los jóvenes “coachees” posicionan a su “coach” por encima de ellos por el solo motivo de ser mayor. Por ello es conveniente que el “coach” tenga en cuenta este aspecto y se asegure de que el proceso se sustenta sobre una relación en la que el “coachee” no se sienta en ningún caso intimidado o presionado, o tentado de derivar responsabilidad al “coach” y adoptar actitudes escapistas.
Además, el proceso de asunción de responsabilidad sobre la propia vida, sobre las acciones que realizamos y el desarrollo de la capacidad de elección y toma de decisiones puede resultar incómodo a determinadas personas, especialmente tratándose de niños o adolescentes. Incidir en ello en exceso puede provocar reacciones en el “coachee” que dilapiden la relación de confianza que necesariamente debe existir entre “coach” y “coachee”. La actitud del “coach” de mantenerse al margen, de no intervenir, de no dirigir, de trasladar toda la responsabilidad al “coachee”, hay que adoptarla de forma flexible cuando trabajamos con niños o adolescentes. El “coach” deberá tener la habilidad necesaria para hacer que el deportista encuentre sus propias respuestas, las valore como primordiales y, al mismo tiempo, que esto no suponga una presión extra que pueda desestabilizarle. De hecho, lo que sucede cuando se consigue controlar este aspecto es que aumenta la autoestima que experimentan los “coachees” cuando se sienten respetados y perciben que sus propias decisiones y respuestas son tan válidas como las de un adulto, al tiempo que aumenta su confianza en su “coach” y hará que cuenten con él ante las dificultades que se les presenten.
– Mayor peso de la intuición del “coach”. Especialmente cuando se trabaja con niños (no tanto con adolescentes), la intuición del “coach” tiene más relevancia en la evolución de sus procesos de cambio, dado que, por las especialidades mencionadas y el hecho de que los menores están aún en pleno proceso de autoconocimiento, es difícil y lento indagar con ellos acerca de sus emociones, creencias, comportamientos, etc., más aún sin que se sientan desbordados por lo analítico del procedimiento y se pierda su confianza y predisposición al trabajo de “coaching”.
Un niño podrá descubrir con su “coach” qué emociones le llevan a “desaparecer” de la competición o del partido y perder la concentración, por ejemplo. Pero es necesario que el “coach” tenga bien desarrollada la habilidad para hacer una lectura acertada de qué es lo que hace que el niño en cuestión tenga esa emoción. Así, los “coaches” deportivos que trabajan con niños tienen que lanzarse más habitualmente a trabajar bajo lo que ellos piensan que es y que está sucediendo, hasta que confirmen o desmientan su lectura en pro de otra más ajustada. Esto no sucede tanto cuando entramos en edades adolescentes, 16 años en adelante, ya que con estos deportistas se puede hacer un trabajo más introspectivo y el “coach” podrá trabajar de nuevo desde una posición externa a su propia visión, sus opciones y sus valores, pues el “coachee” ya puede ofrecerle sus parámetros con mayor claridad y acierto.
– El tiempo que puede durar un proceso. Es la consecuencia de tener que hacer las adaptaciones expuestas. Dado que se requiere un “acople” metodológico, el proceso se ralentiza y, con él, los resultados de cada plan de acción. Es decir, si al “coachee” le cuesta asumir que los resultados que espera dependen de él y de su propio compromiso, que el plan de acción está compuesto por acciones que define él y nadie más (y no son “deberes para casa” ni ejercicios para llevar la lección aprendida), el “coach” tendrá que centrarse antes en “subsanar” estos puntos para que el proceso pueda resultar efectivamente un proceso de “coaching” con todas sus características.
Hay también otros factores que ya se han mencionado y que afectan a la duración del proceso, como, por ejemplo, que el “coaching” sólo se pueda practicar en el mismo horario que los entrenamientos.