LA AUTOOBSERVACIÓN, EL AUTODESCUBRIMIENTO Y LA CONCIENCIA DE UNO MISMO EN LAS CATEGORÍAS DE BASE

En un proceso de crecimiento natural, el conocimiento propio, el saber cómo somos cada uno, va incluido en la edad. Cuanto más tiempo lleva uno consigo mismo, más experiencia ha acumulado y, por tanto, más ocasiones hemos tenido de analizar cómo sentimos y nos comportamos. No obstante, cuando se trabaja con niños y jóvenes para obtener un futuro rendimiento, resulta muy interesante acelerar mínimamente ese proceso y desarrollar la autoobservación y el autoconocimiento sobre la práctica deportiva, dotando a los deportistas de recursos para que sepan leerse a sí mismos y ser capaces de elaborar estrategias que les ayuden a avanzar y evolucionar.

Presto

El feedback es una técnica muy adecuada para esto. Se trata de obtener retroinformación del exterior sobre cómo se nos ve, cómo se nos percibe. En este sentido, las herramientas que el “coaching” ofrece para que el “coach” ofrezca feedback a los deportistas (es decir, les diga cómo se les ve desde fuera) son muy útiles no sólo en cuanto a la formación integral de cada niño, sino también a nivel técnico deportivo. Hacer de espejo del “coachee” y servir de modelo en la ejecución de un aspecto técnico, mostrándole in situ qué y cómo lo está haciendo, tiene ventajas sobre las típicas proyecciones de vídeo y fotos. Sin ánimo de restarles importancia (porque cuanto más creativos seamos y más recursos tengamos, mejor), la intención es que el deportista se encuentre:

  • en el terreno en el que tiene que manejarse y no en una sala de vídeo, sentado/a frente a un televisor;
  • en el momento en que tiene que practicar y conseguir resolver correctamente el ejercicio, y no días después del evento que está viendo;
  • con las sensaciones de activación física, cansancio, tensión, concentración, etc., que más se aproximen a la situación real en la que luego tiene que desenvolverse para ejecutar “correctamente” lo aprendido.

Todo ello aporta inmediatez al proceso correctivo, de manera que el niño puede apreciar la diferencia existente entre ambas ejecuciones y centrarse en la que se le requiere. Pero, además, esto contribuye a aumentar su conciencia, porque siempre se le da información al deportista de cómo ejecuta el ejercicio, con lo que trae al consciente aquellos hábitos o tics que quizá le están impidiendo realizar las acciones de otra manera. No es lo mismo preguntarse cómo cambiar una acción concreta (mi apoyo en el lanzamiento, el paso en la batida del salto, recuperar la posición defensiva, etc.), que cómo cambiar (y punto). Al hacerles conscientes de ello, los mismos deportistas pueden incorporar sus propias estrategias correctivas, con lo que el proceso de aprendizaje resulta más enriquecedor y efectivo.

Obviamente, si este feedback técnico-deportivo lo tiene que ofrecer el “coach”, implica que tiene que ser deportista, practicar la misma modalidad y disponer de unas condiciones físicas que le permitan hacer ejercicio, entre otras cosas. Si se trata de un “coach”-entrenador, la dificultad no es tan grande, pero si no, estos requisitos restringen las opciones de contar con un “coach” independiente o externo que los cumpla. Sin embargo, existen alternativas, como que el “coach” acompañe a los técnicos en el desarrollo de sus habilidades para ofrecer feedback a sus deportistas (en cuyo caso el “coachee” sería el entrenador), o como contar con un deportista de categoría superior que pueda hacer de modelo para los niños.

Otras herramientas del “coaching” que también repercuten positivamente en el rendimiento deportivo en cuanto que refuerzan la autoconciencia sobre las habilidades y áreas de mejora y el descubrimiento de uno mismo o, en su caso, del equipo, son los análisis DAFO (Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades), que se verán con más detalle en el capítulo de El rol del entrenador como líder-“coach”, o las dinámicas de grupo en las que los niños se transmitan mutuamente cómo se perciben unos a otros como deportistas. Un ejemplo muy simple de este tipo de dinámicas es la denominada Imagen de mi yo, que trata de analizar cómo la autoimagen que tenemos cada uno y la que tienen los demás de nosotros mismos no siempre coinciden, y abre la puerta a reflexionar sobre qué cualidades tenemos que los demás sí ven pero nosotros no.

Trabajar con estas actividades proporciona el autodescubrimiento de los propios deportistas sobre sí mismos y también sobre el equipo al que pertenecen, muy útil sobre todo a la hora de formar deportistas “inteligentes” y capaces de tomar decisiones sobre el terreno de juego. Puede tratarse también de cuestionarios que se les entreguen individualmente o de otro tipo de actividades de interacción entre ellos, pero siempre con la intención de realizar un análisis posterior de la información obtenida y de elaborar planes de acción que puedan reforzar habilidades o transformar debilidades.

En otro orden de cosas, es interesante detenernos aquí y hacer algún comentario acerca de la tesis que desarrolla Timothy Gallwey (2006) en su libro El juego interior del tenis. El autor desarrolla la teoría de la “dualidad de yoes”, es decir, afirma que cada deportista tiene dos fuentes de información para el ejercicio del deporte: uno es su mente (al que llama “yo número uno”) y el otro su cuerpo (al que llama “yo número dos”). Mantiene que este “yo número dos” tiene más información de lo que creemos acerca de cómo ejecutar las acciones físicas que nos requiere el ejercicio deportivo, y que se encuentra siempre a la sombra del “yo número uno”, que es quien lo controla a base de enjuiciar constantemente como buenas o malas las ejecuciones y el desempeño. Este enjuiciamiento limita al “yo número dos” para demostrar y poner en práctica las capacidades reales que tiene, porque se encuentra sometido a las órdenes del “yo número uno”, que está siempre ocupado en mantener un diálogo interno y juzgar los resultados, y en esforzarse y esforzarse una y otra vez para intentar hacer lo que cree que hay que hacer, en lugar de hacerlo simplemente. En síntesis, y reconduciendo el tema al contexto que nos ocupa, la propuesta del autor es aprender a acallar al “yo número uno”, es decir, dejar de juzgarse uno mismo y simplemente observarse, dejando que el “yo número dos” actúe libremente durante el desempeño de la actividad física. Consiste en sentir el cuerpo, sentir cómo ejecuta la técnica y recopilar el máximo de información acerca de cómo estamos haciéndolo, para luego dejarlo evolucionar por sí mismo hacia las sensaciones corporales que se quieren experimentar para conseguir el rendimiento deseado. Se trata (como en otro capítulo se explicará al hablar de la PNL y las visualizaciones) de concentrarse en las sensaciones físicas,

corporales, que se experimentan cada vez que conseguimos el resultado deseado (esa sensación de una muy buena batida en un salto, de una muy buena salida en una carrera, de un buen golpe de revés con la raqueta, etc.). Son esas sensaciones que todo deportista ha tenido alguna vez de “¡me ha salido!” o “¡qué bien lo he hecho!”. Pues Timothy Gallwey utiliza estas ocasiones para hacer que generen precedente en nuestro desempeño, de manera que nuestro cuerpo aprenda a repetir y mecanizar las ejecuciones que van a hacerle experimentar de nuevo esas sensaciones idóneas para un resultado excelente.

LA AUTOOBSERVACIÓN, EL AUTODESCUBRIMIENTO Y LA CONCIENCIA DE UNO MISMO EN LAS CATEGORÍAS DE BASE

LA AUTOOBSERVACIÓN, EL AUTODESCUBRIMIENTO Y LA CONCIENCIA DE UNO MISMO EN LAS CATEGORÍAS DE BASE
Al traer esta tesis al “coaching” con categorías de base, encontramos, en teoría, una ventaja: que es más fácil eliminar el filtro del “yo número uno” en los niños, pues no tienen tan interiorizados los criterios de enjuiciamiento sobre lo que es correcto o incorrecto de su ejecución. Pero, en este sentido, el “coach” tiene la ardua tarea de realizar un trabajo sistémico, es decir, sobre todo el entorno de los deportistas como sistema que afecta e influye en su desarrollo y formación (entrenadores, delegados, directivos, asesores técnicos, padres/madres o familiares, etc.), porque el juicio se desarrolla basándose en normas sociales y convencionalmente establecidas, que pretenden aportar criterios objetivos acerca de algo (en este caso, el desempeño deportivo). De hecho, según se aumenta de categoría y entramos en etapas adolescentes, los juicios sobre uno mismo se hacen más frecuentes y severos, arraigándose como creencias limitantes que el “coach” tendrá que trabajar con el deportista.

En cualquier caso, la tarea principal del “coach” en cuanto a la autoobservación del propio desempeño y de las propias acciones es hacer que los deportistas encuentren e identifiquen esas sensaciones que se experimentan cuando “te salen las cosas”, cuando se produce el resultado deseado, y si no lo han experimentado nunca, o en tan pocas ocasiones que no lo pueden recordar (algo que puede suceder en edades tan tempranas), hacer que las busquen, que estén pendientes de esas sensaciones para cuando se produzca dicho resultado. Este trabajo del “coach” generará un hábito en los niños que les orientará a dejar libre al “yo número dos” para que se comporte de la manera más exitosa que sabe. Obviamente, esta labor requerirá momentos de introspección casi individualizada o realizar actividades complementarias a los entrenamientos, con lo que pueden surgir las dificultades que ya se mencionaron en los epígrafes anteriores, especialmente respecto al tiempo de dedicación que los menores tienen.

EL ASPECTO EMOCIONAL DE LOS JÓVENES DEPORTISTAS

Prestar atención al aspecto emocional en los menores es crucial en muchos sentidos, pero principalmente porque las emociones constituyen un canal de comunicación relevante que ellos manejan. Obviamente, esto no significa que las dominen ni las controlen, pero sí que los mensajes emotivos o emocionales son un código que pueden descifrar con mayor agilidad y rapidez en comparación con los códigos lingüísticos. La dialéctica, como ya se ha expuesto, no resulta fluida en el trabajo con niños, puesto que su nivel lingüístico y la capacidad de discernir ciertos conceptos y abstracciones todavía están en pleno desarrollo. Sin embargo, no ocurre así con las emociones que experimentan. Los niños conocen sus emociones, saben lo que sienten porque lo sienten efectivamente, sin necesidad de pasar por ningún filtro intelectual para averiguarlo. Esto hace que las emociones puedan ser una puerta de entrada a la comunicación con estos deportistas, pues sitúan al “coach” en el mismo terreno de juego en que ellos juegan.

Dicho esto, cabe mencionar que el trabajo con emociones en el “coaching” para categorías de base tiene una labor primordial en cuanto a la formación de futuros deportistas de elite: aprender a gestionarlas y transformarlas en el motor e impulso necesario para lograr los objetivos deportivos, prestando especial atención a evitar que estas emociones constituyan un motivo de desorientación y de intromisión en la concentración que exigen los eventos competitivos. Por tanto, el trabajo del “coach” con las emociones tiene tres finalidades:

  1. Que aprendan a identificarlas correctamente.
  2. Que aprendan a gestionarlas, respetándolas.
  3. Que amplíen su abanico de emociones, es decir, el “coach” tiene la misión de provocar nuevas emociones en los deportistas, que salgan del “menú emocional” en que habitualmente se encuentran, y que experimenten nuevas emociones que les vinculen de manera diferente con su entorno y su actividad.

De entre las emociones que con mayor frecuencia puede encontrarse un “coach” en cuanto que limitantes o bloqueadoras de un rendimiento deseado, podemos mencionar (sin distinguir entre emociones básicas o secundarias):

Vergüenza. Es una emoción muy común cuando al niño se le sitúa ocupando el rol de líder de un equipo, o como protagonista de un rendimiento ejemplar, o como modelo para otros compañeros. En definitiva, cuando se convierten en el centro de atención. Normalmente, se trata de deportistas con una personalidad introvertida o con algún tipo de complejo. Esta emoción puede bloquear al niño y hacer que no practique deporte con su mayor potencial, pues le induce a pensar que los resultados que va a obtener van a conducir a situarlo en el punto de mira, como modelo para otros. Si esta situación no le resulta satisfactoria, tenderá a huir de ella de la mejor manera que se le ocurra: evitando obtener buenos resultados a través de la buena ejecución deportiva. En estos casos, el “coach” debe “diagnosticar” rápidamente esta emoción y trabajar no sólo con ella, sino con todo el entorno del deportista, a efectos de ajustar las consecuencias de su buena actuación deportiva al grado de madurez emocional que tenga, y que la situación que se produzca pueda ser asumida emocionalmente por él, no generándose anclajes contraproducentes. En este sentido, el “coach” puede dirigirse al entrenador y a los padres y familiares, para que sean conscientes de esta situación y contribuyan a gestionar esta emoción de la manera más conveniente posible, cada uno en su ámbito determinado. Por ejemplo, aminorando la euforia o la reacción que ese entorno muestra ante la actuación del deportista (sin que ello suponga la eliminación del refuerzo positivo o el reconocimiento del logro).

Miedo. Esta emoción puede producirse por múltiples causas: miedo a no hacerlo bien, miedo a las represalias, miedo a no conseguirlo, miedo al agotamiento, etc., y tiene diferentes efectos limitantes según las causas y las personas. Así, puede causar:

a) La evasión de la ejecución deportiva, es decir, no lanzo, no corro, no boto, no golpeo de revés, etc. Esta situación suele ser más habitual en niños de hasta 14 ó 15 años.

b) El intento retraído y desconfiado, es decir, sé que lo tengo que hacer porque si no tengo menos probabilidades de conseguir lo que quiero, pero estoy nervioso y pienso continuamente en qué pasará cuando no lo consiga. Esta situación suele ser más frecuente en deportistas adolescentes de 15 ó 16 años en adelante.

El miedo tiene una misión fundamental: protegernos, prevenirnos de sufrir y padecer algún tipo de agresión. Es la respuesta más básica de nuestro instinto de supervivencia. Pero, como el resto de las emociones, hay que colocarlo en un lugar en el que, pudiendo escucharlo, no nos obstaculice el camino. En ambos casos, este miedo intenta proteger al deportista de las consecuencias de su actuación deportiva, y en este sentido cobra especial relevancia el valor que se le esté atribuyendo al error. El trabajo a realizar es doble:

Deportista. Por una parte, el “coach” debe trabajar la interpretación que el niño o adolescente hagan de sus errores, con la finalidad de que lo asuman como parte fundamental de su evolución y aprendizaje. Que los niños aprendan a gestionar su miedo pasa por un aprendizaje paralelo relativo a observar y analizar qué aspectos son los que deben cambiar y cuáles son sus áreas de mejora para centrar sus esfuerzos. Y esto no tiene el mismo efecto cuando lo descubre uno mismo que cuando se lo hace notar una persona externa (entrenador, padre/madre, maestros, etc.). El niño debe aprender a discriminar por sí mismo cuáles son los resultados satisfactorios o no satisfactorios (según los objetivos que se haya fijado) y, sobre todo, que tras un resultado insatisfactorio siempre se puede establecer un plan de acción para mejorar. Así, el miedo al fracaso se diluye para dejar paso al afán de superación y a la tranquilidad de saber que siempre hay nuevas oportunidades, aunque cuesten mucho esfuerzo.

Entorno. Por otra parte, el “coach” tendrá que trabajar también con aquellas personas responsables de evaluar el rendimiento. Con niños de las edades mencionadas es relativamente fácil que se enganchen a esta idea expuesta en el párrafo anterior. No obstante, es fundamental que su entorno esté orientado a respaldar esa mentalidad y a darle tiempo y autonomía suficientes para que hagan su propia evaluación del aprendizaje y de los resultados. Si todo lo corrige el entrenador, nada aprenderán los deportistas de sí mismos. Así, por tanto, es primordial que el “coach” trabaje con todas las personas que van a tener cierta repercusión en la evaluación del niño, en especial: el entrenador y los padres o familiares. Y este trabajo consiste en producir un cambio de mentalidad: pasar de considerar el error como un fracaso que necesariamente hay que erradicar, a considerarlo como una oportunidad de aprendizaje y evolución y como herramienta de orientación para saber adónde dirigir los esfuerzos. En este sentido, los entrenadores y técnicos tienen que estar muy atentos a sus propias reacciones y manifestaciones ante las ejecuciones de los deportistas.

Rabia. Es una de las emociones más condicionantes del comportamiento. Primero por la fuerza con la que se vive, y segundo por la obcecación que supone, impidiendo escuchar y atender argumentos para descargar y reconducir la energía hacia lo que se pretende conseguir. Es la emoción por excelencia que provoca la desconcentración de los deportistas y hace que pierdan su punto de referencia: el objetivo. Enfadarse, bien con uno mismo, o bien con el entorno, sitúa una barrera infranqueable entre el niño y su propósito, y, lo que es más importante, en muchas ocasiones se produce por una sensación de frustración sobre lo que está sucediendo. Es por esto que resulta muy útil que, a través de técnicas de “coaching”, se consiga la correcta gestión de la rabia, alejando su atención del centro de la emoción y resituándola de nuevo en lo que se quiere alcanzar.

Especial mención requiere la rabia que se experimenta ante las actuaciones arbitrales o ante provocaciones de los adversarios. Cuando el deportista comienza a prestar atención a cómo se está juzgando su actuación por parte del árbitro, o cómo la está subestimando el oponente, tenemos a un deportista frustrado porque ha dejado de valorar cuáles son los elementos deportivos que le van a hacer lograr sus objetivos: la concentración, el esfuerzo y la capacidad de recuperación mental para volver a buscar otra oportunidad. El niño tiene que aprender a colocar y a jugar estratégicamente con los inconvenientes que aparezcan, y a manejarlos para que no supongan un obstáculo en su aprendizaje.

Las técnicas de resolución de conflictos, de observación disociada de la situación y de ocupar posiciones perceptivas son muy útiles en esos momentos puntuales en los que se está experimentando la emoción, y pueden llevarse a cabo bien por el “coach” o por los técnicos responsables. Lo que sí es importante que el adulto tenga en cuenta en su intervención es:

  • Empatizar con el niño.
  • No despreciar o subestimar lo que está sintiendo.
  • Mantener la calma.
  • Darle tiempo para la reflexión y no mostrarse ansioso, para que todo ello surta efecto.
CONCLUSIONES

Con todo, animo a todas las personas involucradas en las categorías de base a que tengan en cuenta todo el conjunto y orienten sus esfuerzos a hacer que los niños y adolescentes estén cómodos, a gusto, y que, fundamentalmente, sean deportistas felices que disfrutan y se divierten con lo que hacen. Permitamos que la naturalidad, el respeto y la diversión nos ayuden a construir canteras deportivas, y dejémonos llevar por toda la energía que los niños aportan a la vida, disfrutando con ellos/as y, por qué no, haciéndonos un poco más jóvenes nosotros también.

Además, me gustaría acabar este capítulo con una frase de Goethe que todo entrenador, monitor, educador y, en general, docentes debería tener presente en su trabajo con menores: «Lo mejor que puedes hacer por los demás no es enseñarles tus riquezas, sino hacerles ver la suya propia.».