LA IMPORTANCIA DE TRABAJAR CON OBJETIVOS

Establecer objetivos es un pilar elemental del aprendizaje y la evolución. Cualquier teoría pedagógica que se preste se sustenta sobre lo fundamental de establecer y ser consciente de para qué se hacen las cosas, para conseguir qué, con qué intención se hace este u otro ejercicio o qué queremos conseguir con tal planificación. Es la mejor manera de tener claro hacia dónde vamos, adónde nos dirigimos. El “coaching” va un poco más allá en cuanto que trata de desvelar los verdaderos objetivos y metas que cada uno tiene, en el sentido de descubrir qué es lo que realmente se quiere. Normalmente, este trabajo no es fácil de realizar con menores si se plantea en términos de una reflexión profunda, porque, como ya se ha dicho, les desborda la cuestión (por lo innovador que les resulta, porque no saben elegir sólo una respuesta y no tienen claro por cuál decantarse, por subestimar la validez de lo que piensan…).

Como estrategia para que expresen un objetivo, algo que quieran conseguir, resulta muy útil cerrar el ámbito y poner límites a las posibilidades entre las que elegir. Por ejemplo, centrarse en el ataque, o centrarse en la defensa, o centrarse en la subida a la red, o en los lanzamientos, o en la batida de un salto, o en los pasos entre las vallas de una carrera, o en los calentamientos antes de una competición, o en la concentración y la tranquilidad ante un evento deportivo, etc. Empleando una metáfora muy utilizada en “coaching”, consiste en “hacer trocitos pequeños de ese elefante grande que nos queremos comer”, y cuando se trata de “coaching” con niños, el rasgo distintivo reside en quién es la persona que “trincha” ese elefante. Especialmente con las edades más jóvenes, lo conveniente es que el “coach” cerque este ámbito en función de lo que se haya entrenado o se esté entrenando. Progresivamente, según avance la temporada y el trabajo deportivo evolucione, hay que ir abriendo ese ámbito y levantando las restricciones para que vayan responsabilizándose de la fijación de sus objetivos. Así, conforme van adaptándose a funcionar de esta manera, serán los deportistas quienes automáticamente se marquen metas y pidan establecerlas. Es cierto que funcionar de esta manera exige del “coaching” un sacrificio al inicio del proceso: trabajar con una pluralidad de objetivos que se van a ir cumpliendo o desechando consecutivamente hasta encontrar “el objetivo”, es decir, la meta final a largo plazo que constituirá el punto evaluativo del progreso del deportista. Aquel punto le servirá para evaluarse y analizar hasta dónde puede llegar. Entre tanto, sólo se trabajará con pequeñas metas, que le hagan estar en el camino y le orienten hacia su mejor rendimiento a largo plazo.

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Tampoco hay que complicarse mucho la vida: lo fundamental del trabajo con objetivos en las categorías de base es hacer que estén orientados y centrados en el trabajo, en el esfuerzo y en el evento o actuación deportiva que vayan a realizar, minimizando al máximo las inferencias externas que puedan haber (como padres, público, árbitros y jueces, pensamientos y emociones limitantes, etc.). Esto es crucial para mejorar el rendimiento y los resultados, dado que así los niños saben qué es lo que van a buscar y para qué van a trabajar y esforzarse en entrenamientos y competiciones. Saben que tienen que hacer cosas en cuanto que se han propuesto conseguir algo personalmente. Consecuencia de esto es la proactividad e iniciativa que demuestran los niños deportistas cuando, teniendo claro y manifestando sus propios objetivos, se les demuestra (por el entrenador o el “coach”) y asumen que la pasividad, el no hacer cosas, les priva de lograr lo que desean. Además, éste es uno de los primeros pasos para combatir los miedos y las creencias limitantes, y en edades tempranas tiene resultados apreciables enseguida (no siendo tan evidente en adolescentes).

Una de las adaptaciones que el “coach” se puede ver obligado a hacer tiene que ver con el filtrado de los objetivos que los deportistas se fijen. Esto es, que el objetivo esté expresado en positivo, sea específico, temporalizado, retador, alcanzable, medible, evaluable y ecológico. Todo el análisis que se requiere para hacer que el objetivo cumpla estos parámetros se puede realizar con mayor facilidad cuando estamos ante un “coaching” externo o interno que cuente con un tiempo de dedicación al “coaching” independiente de los entrenamientos. La atención está más enfocada a ello, hay mayor predisposición al análisis intelectual que cuando estás en un entrenamiento, y la sesión cuenta con un horario propio no compartido con otras actividades. Cuando no es así, y estamos ante un “coach”-entrenador o un “coach” inter­no que sólo pueden trabajar con los deportistas en los momentos de entrenamiento, hay que priorizar e ir paso a paso:

  1. Centrarse en que los objetivos se expresen en positivo, que los niños entiendan y manifiesten qué es lo que sí quieren conseguir y se enfoquen a ello, y no hacia lo que no quieren.
  2. Hacer que esos objetivos sean específicos, es decir, que se trate de conseguir cosas concretas: marcar 4 goles, hacer un tiempo de 63 segundos en la carrera, saltar 2 metros y 41 centímetros, etc.
  3. Hacer que el objetivo sea alcanzable por el deportista, pero que, al mismo tiempo, le suponga un reto alcanzarlo porque entrañe cierto esfuerzo o dificultad. Que sea alcanzable, además, bajo dos premisas:
  • que la dificultad esté dentro de su proceso evolutivo y de sus capacidades puestas en marcha para conseguirlo;
  • que dependa de él, que esté dentro de su ámbito de influencia y control, que sea él quien tenga que hacer algo para conseguirlo y sea consciente de ello.

Lo bueno que tienen los niños y adolescentes (en general, claro está) es que, al estar formándose en la vida y desarrollándose como personas, todavía no tienen mapas mentales rígidos que les hagan tener fuertes creencias limitantes acerca de lo que pueden y no pueden hacer. En este sentido, la estrategia del “¿y qué pasa si…?” funciona bien, es decir, cuestionarles qué pasaría si hicieran eso que no están haciendo (porque les da miedo, porque no se lo han planteado nunca, porque nunca antes se les había responsabilizado de eso, etc.) e inducirles a que prueben y experimenten con ello y con los resultados que obtengan es una dinámica que con estas categorías produce resultados observables con rapidez.

Por otra parte, el funcionar con los objetivos individuales de cada deportista no puede ser la única y principal herramienta para hacer que los niños evolucionen hacia un alto rendimiento que pueda mantener el nivel competitivo del club o la organización de los que son cantera. Y no puede serlo, obviamente, porque existirán planificaciones deportivas globales, con sus objetivos propios, existirá una misión del club y existirá una programación deportiva de los entrenadores en la que estarán fijados, temporalmente, los objetivos específicos que a nivel técnico hay que conseguir o se van a trabajar. Incluso los propios técnicos pueden tener sus propios objetivos (impuestos o autoimpuestos). Siendo esto así, y retomando la cuestión que he apuntado unas páginas atrás al introducir el concepto de “relación triangular”, la pregunta que cabe hacerse ahora es: ¿cómo se compaginan los objetivos del deportista con los del club, los del entrenador o los del equipo?

Por una parte, la misión y los objetivos del club u organización deportiva y los de los técnicos van a servir al “coach” para fijar aquel marco de referencia que se comentaba en el que quedará especificado el objetivo del “coachee”, de manera que los objetivos individuales siempre estarán en la línea de trabajo fijada técnicamente. Pero, por otra parte, no hay que olvidar que estamos hablando de las categorías de base. En el caso de deportistas de elite adultos, es bastante obvio que los objetivos versarán sobre la obtención de resultados, de los mejores resultados. Es decir, la meta principal es ganar y, si no, lograr el mejor resultado competitivo que se pueda. Y estos objetivos serán comunes a todos los sujetos implicados (club, técnicos, deportista, etc.). Sin embargo, si en las categorías de base nos orientamos hacia el desarrollo integral y holístico de los deportistas, los principales objetivos de los clubes y equipos técnicos deben ser la propia evolución y progresión deportiva de los jóvenes, si bien esto no quiere decir eliminar el factor competitivo. Dados todos los beneficios que supone que los niños y adolescentes aprendan a fijar sus propias metas y se responsabilicen de ellas, será el entorno deportivo el que tenga que ajustarse mínimamente a los objetivos individuales de los deportistas y respetarlos, especialmente a fin de lograr un ambiente propicio para conseguir que el afán de superación y esfuerzo surja de manera natural y voluntaria, y no se imponga. Y ello no es incompatible en absoluto con que la misión del “coach” sea hacer que esos objetivos evolucionen hacia un mejor rendimiento futuro.

Una herramienta muy aconsejable y sencilla para que los niños se encuentren concentrados y orientados hacia el evento deportivo en el que tengan previsto participar es hacer que escriban sus objetivos para ese evento. ¿Qué es lo que quieren conseguir hacer en ese partido, competición, carrera, combate, etc.? Se les pide que escriban, justo antes de la preparación o calentamiento, en un papel que luego vayan a conservar, entre 3 y 5 metas que quieran conseguir. El “coach”, que bien sea interno o externo es aconsejable que acompañe a los deportistas en estas ocasiones, debe revisar estas metas y hacer un pequeño filtrado con el niño, orientado a que se cumplan los requisitos ya comentados: positivo, específico, alcanzable y retador, y que esté relacionado con lo que se haya entrenado hasta ese momento (para cuadrarlo con el nivel de aprendizaje deportivo que se tenga). Es muy importante también que el entrenador conozca estos objetivos y ajuste su grado de exigencia y expectativas a ellos o que, en caso de no hacerse tal ajuste, lo comunique al deportista en cuestión, especificándole lo que se espera de él.

Este último es un punto importante e interesante: la comunicación y transmisión a los niños de los objetivos del entrenador y las expectativas que éste tiene sobre cada uno. De nuevo, surge otra vez el detalle de la “relación triangular”, en la que se aprecian una pluralidad de objetivos, metas y expectativas de los diferentes sujetos involucrados. El “coach” debe potenciar situaciones de comunicación entre entrenadores y deportistas, con el fin de que los objetivos de los primeros sean consensuados y compartidos para prevenir al máximo su propia frustración, y el sentimiento de fracaso del deportista. En este sentido, hacer partícipes a los deportistas ayuda mucho, en cuanto que tiene, como mínimo, los siguientes efectos:

  • Integradores: los entrenadores y los deportistas trabajan juntos.
  • Captadores: porque genera un clima de respeto y confianza que hace que los niños quieran estar en él.
  • Sobre el desarrollo de la responsabilidad: porque los niños saben siempre desde dónde se les evalúa, desde dónde se pueden ellos exigir a sí mismos, y cuáles son los parámetros de aquello que pueden conseguir, evitando así autocreencias limitantes.
  • Sobre el sentimiento de seguridad: puesto que la claridad y transparencia en la comunicación hacen que sepan a qué atenerse, es decir, que esté todo especificado y tengan la información necesaria para elaborar el mapa que les ayude a tomar decisiones.

Esta comunicación puede hacerse tanto de los objetivos generales de la programación que el entrenador tenga (algo así como “lo que tenemos que acabar sabiendo y haciendo bien al final de la temporada”), como de las propias actividades que compongan cada entrenamiento. Hacer que los niños descubran para qué sirve cada cosa que el equipo técnico les dice que hagan, saber qué tienen que conseguir en esos ejercicios, les motiva y orienta su esfuerzo a lograr esos objetivos. Se establece así una base consciente sobre el proceso de aprendizaje que estén llevando a cabo. Posteriormente, el “coach” o los técnicos pueden recurrir a esa conciencia para que los deportistas traigan al presente esos conocimientos. Además, con adolescentes, tiene un efecto sobre el reconocimiento de la labor del equipo técnico, puesto que descubren todo el trabajo que hay detrás de cada entrenamiento, de cada competición, de cada comentario o atención que se les presta.

En otro orden de cosas, dentro de aquella filosofía expuesta al inicio de este capítulo de centrarse en elaborar programaciones deportivas que busquen la formación de deportistas de alto rendimiento a largo plazo, y de dedicar el esfuerzo con las categorías de base a conseguir su desarrollo integral, el “coach” tiene la labor, dentro del trabajo con objetivos y creencias, de potenciar que cada niño o adolescente se defina como deportista y consiga dar respuesta a qué tipo de deportista quiere llegar a ser. Este trabajo tiene enormes beneficios sobre su propio progreso deportivo, puesto que se les sitúa fácilmente como dueños de su propio futuro, sin olvidar la cantidad de información que reporta a los diferentes profesionales que trabajan con ellos. Conocer la autoimagen y el autoconcepto de los deportistas que conforman la cantera ayuda a fijar objetivos y desarrollar expectativas ajustadas a la realidad, a analizar las líneas de trabajo que resulta conveniente seguir, y a diseñar planes de trabajo orientados a mejorar o potenciar esos aspectos. En general, conocer la autoestima de nuestros deportistas supone tener la información suficiente para saber hasta dónde creen que van a llegar y, por tanto, cuál es el porcentaje de su potencial con el que van a trabajar para lograr resultados. Si los deportistas creen que no pueden, tienen razón, pero también la tienen si creen que pueden, porque todo depende de lo que ellos crean que pueden llegar a conseguir. Así, conforme el “coach” vaya mejorando la autoestima de los niños y adolescentes de la cantera, mayor potencial se estará poniendo a disposición del rendimiento futuro.